lunes, 16 de febrero de 2009

Salvados en esperanza



"Por ti creo en la resurrección, más que en la muerte" Pedro Salinas, Largo lamento
Dos mentalidades pugnan entre sí a lo largo de dos milenios en la cultura de Occidente: la judeocristiana y la grecolatina. Jerusalén y Atenas protagonizan la contienda, testimoniando el primero "creencias" y "esperanzas" y mostrando la segunda "razones" y "conocimientos".
Las preguntas del judeo-cristianismo se interesan por el destino del hombre y se sitúan en el tiempo, escenario donde se representa el drama de una humanidad abocada a una posible perdición o a una no menos posible salvación.
Las catástrofes políticas de la primera mitad del siglo pasado siglo dejaron maltrechos el mito de la razón ilustrada y a la fe en el progreso, legados por el optimismo burgués. La reflexión se convierte entonces en campo abonado para nihilistas existenciales y para positivistas escépticos, que anegan el lenguaje con las palabras decadencia, absurdo, sin sentido, desesperanza, angustia.
La contemplación del mundo, al final del siglo XX, nos llevó a afirmar que existía una cierta desazón para recibir el milenio venidero. Nuestra contemplación pasea el desastre africano, la constatación de inviabilidad; América con una lucha constante por encontrar espacios de razón en su cotidianeidad; Asia que se levanta económicamente, pero junto a ello con un gran panorama de deshumanización, Europa que se pregunta por el sentido de la existencia, luego de haber adquirido un nivel alto de vida; y Oceanía con un nivel bueno de vida, pero relegada al final del mapamundi.
Existir en la historia implica situar a la acción humana en el centro del escenario del acontecer, y en este sentido es que la praxis humana, emerge con intensidad.
Ante lo dicho creemos que hemos de plantear el tema de la esperanza como primordial. A veces nuestro mundo parece que hubiera perdido la capacidad de gastar su existencia en lo que puede ser posible, en pensar lo diferente. Nuestra juventud recibe el mundo de lo posible desde afuera, esto significa: juegos de video, televisión, etc; es posible comprar la acción de imaginar, lo que trae en aumento la poca capacidad de pensar el concepto de imaginación y de ejercitarlo.
La crónica del acontecer, cuando no sólo rememora lo acontecido sino que pretende anticipar el porvenir, inevitablemente se transforma en relato de peregrinación, éxodo, hacia la patria deseada. En la historia humana lo nuevo ha aparecido cuando se pensó en lo distinto, en que la realidad puede ser diferente; ante ello cabe la pregunta: ¿Somos seres que piensan en un mundo distinto? o preferimos la seguridad de la certeza de lo alcanzable. Pensar en lo inalcanzable nos lleva a dar un gran salto, el salto cualitativo de asumir lo deseado como posible en su concreción. Hemos de estar alertas si dentro de "nuestro altruísmo" -aquello en lo cual hemos puesto nuestro deseos más profundos- se esconde "la otra cara de la moneda", un cierto escepticismo que nos lleva a gastar fuerzas en creer que lo posible es imposible.
Proponemos caminar para que prevalezca un modus de futuro. Aquí son las categorías de "posibilidad", "novedad", y "esperanza" las que imponen sus valores al lenguaje. Vivir el tiempo en la forma de futuro ahonda sus raíces en la escatología y en la necesidad de liberación que su profetismo promete. Frente al "escepticismo terrestre", hemos de cargar el devenir de posibilidad e intencionalidad. Es así, que el futuro se convierte en instancia crítica de toda absolutización dogmática o política del presente. De esta manera, cada evento aparece como aproximación o alejamiento de un esperado "adónde".
Ante el escepticismo interno hemos de "dar cara", esto significa, ser capaces de enfrentar esas dudas que nos hacen creer que todo está consumado, establecido o determinado. Nos queda seguir pensando en cual puede ser la base para pensar en la posibilidad de lo nuevo. Un primer paso ha de ser el encuentro, la posibilidad de compartir aquello que nos mueve, el diálogo irá creando posibilidades, salidas, una apertura a lo que parece imposible: la novedad. Un ahora que no se resigna al absurdo, se convierte en tiempo de posibilidades y búsqueda de algo. La posibilidad convierte al presente en acontecer abierto hacia lo otro, facilitando la esperanza.
La esperanza funciona, cuando impulsa y desea, como puente entre las penurias del presente y las plenitudes del porvenir. Ella libera al acontecer de la parálisis de la nada. Ésta desplaza al vacío y a sus acompañantes: la angustia, el pesimismo y el tedio.
Vivir en el tiempo equivale a éxodo hacia la tierra prometida, peregrinación hacia la plenitud posible.
Desde siempre, para el hombre lo nuevo ha aparecido a partir del volver a lo fundamental, lo básico que le da sentido. Este paso, que para algunos parecería retroceso, nos lanza hacia adelante. Parafraseando términos contemporáneos: ser capaces de unir esos "fragmentos" en los cuales nos encontramos reducidos. A. Torres Queiruga en Recuperar la creación afirma que: "el diálogo no es una ficción, ni siquiera un lujo, sino una necesidad estricta, porque sólo entre todos podemos ir dando forma histórica a la riqueza inmensa de la creación divina". Hemos de unir esas pequeñas esperanzas que nos han movido en el pasado, aquellas esperanzas que nos mantienen mirando más allá de lo evidente, y aquellas esperanzas que en el fondo de nuestro corazón nos hacen soñar en lo venidero.
Contemplar el mundo de hoy, nos lleva a creer que la esperanza ha de ser lo movilizador para este tiempo. Vivimos el tiempo de la siembra, aquello que ponemos en tierra y que dará sus frutos, no en el tiempo previsto por nosotros, sino en el tiempo sentido por Dios. Hemos de estar seguros que todos nuestros esfuerzos actuales serán la base de un mañana como lo soñamos.

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