viernes, 5 de marzo de 2010
Homilía por el XLVIII aniversario de la Universidad del Pacífico
Queridas hermanas y hermanos:
El día de hoy celebramos otro aniversario más de nuestra Universidad, esto lo hacemos con mucha alegría y entusiasmo. El cumplir un año más, como nos ocurre en la historia personal de cada uno, es un tiempo para reflexionar sobre lo que hemos hecho e intuir por dónde deseamos caminar.
Este tiempo nos encuentra con expectativas que apuntan a la celebración de las Bodas de Oro. En la reunión de profesores de Pachacamac nos hacíamos la pregunta: ¿dónde deseamos estar el 2012?. Serán cincuenta años desde que se fundó la Universidad del Pacífico. Han pasado muchos años y muchas personas; compañeros y amigos, los cuales, con sus propios dones y capacidades han aportado lo mejor de ellos a esta institución. Sigamos trabajando, como comunidad universitaria, para la celebración de esta fecha significativa.
El día de hoy, las lecturas nos hablan del servicio y de los valores o filosofía que debe de guiar a los seguidores de Jesús. Veamos que nos dicen los textos sobre ello e intentemos aplicarlo a nuestras vidas.
La primera lectura resalta lo que significa compartir un mismo Espíritu, compartir algo en común; qué institución no sueña con contar con personas que compartan los mismos valores, que vivan bajo unos mismos preceptos, si esto no se cumple, cada uno empezará a ir por su lado y el plan común, seguramente, desaparecerá. En nuestro caso, a lo largo del 2009, alumnos, personal administrativo y profesores hemos intentado iniciar un planeamiento estratégico, desde aquí nos atrevimos a plantear lo que considerábamos clave para nuestra marcha como institución, así dijimos: que buscamos formar a los mejores para el mundo, también afirmamos que la Universidad del Pacífico debía ser líder para el desarrollo y los estudiantes nos dijeron que querían ser y hacer más.
Esto es muy valioso, porque somos conscientes que es la comunidad universitaria la que debe de ponerse en movimiento. Como afirma el P. Adolfo Nicolás. Superior de los jesuitas: “Por mucho que hayamos recibido la influencia especial de uno u otro profesor o maestro en nuestros años universitarios, todos sabemos que la verdadera educación es fruto del trabajo coordinado y complementario de todos. Una mayor universalidad –y a eso refiere la Universidad- requiere una mayor colaboración y ofrece mayor riqueza de formación personal y social”. Por lo tanto, mantener un espíritu común dará frutos en la medida que nos sumemos a objetivos comunes.
Uno de nuestros profesores en la reunión de Pachacamac del año pasado decía: “hemos de vibrar con lo que hacemos, ahora comprendo que nosotros somos el testimonio” (No olvidemos que testimonio es igual que martirio, “dar testimonio con nuestra vida”). Es verdad, y lo somos todos, que nadie se sienta ajeno a esta verdad. Digamos “humildemente”, desde este valor que se nos enseña hoy en el Evangelio que: “deseamos formar a pesar de nuestros límites”.
En la primera lectura, San Pablo empieza exhortando a los dirigentes de la comunidad de Filipos, que ya empezaban a sentir la tentación del mando. Para ello les propone el ejemplo de Cristo. Para Pablo, es claro que, el creyente ha de asumir que Jesús es el Señor. Por lo tanto, los dirigentes de la Iglesia, que participan de este señorío, no pueden menos que seguir este ejemplo de Jesucristo. El texto de Filipenses nos brinda luces para “vivir según el mismo Espíritu”. Una característica del Espíritu y de los lugares donde él actúa es que permite que la creatividad y la novedad estén presentes. Por otro lado, de la acción de este Espíritu es que todos logran compartir el mismo sentir, el Espíritu da unidad, estructura al grupo, da forma a la institución. El secreto para no perder este Espíritu será el que presenta la lectura: la humildad es el camino, quien confía en el Espíritu no necesita de la ostentación para decir “aquí estoy”, el trazo que deje surgirá de lo más profundo de él, de la acción del Espíritu de Dios en su vida. Dejemos que este Espíritu viva en nosotros. Siguiendo este tiempo de Cuaresma podríamos repetir con humildad el Salmo: “Misericordia, Dios mío por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa” (Salmo 50, 1).
Pero, ¿Cómo yo podré lograrlo? El apóstol nos dice el cómo, teniendo entre ustedes los sentimientos propios de Cristo Jesús. El cual, siendo de condición divina, se hizo uno de nosotros y murió en cruz. Este mismo es el Señor, pero, no para gloria suya, sino para mayor amor y gloria del Padre.
Podríamos leer desde nuestra universidad lo dicho: los valores cristianos deben operar desde dentro por contagio. El amor al prójimo no puede ser solamente el tema de un discurso; tiene que convertirse en auténtico testimonio.
El Evangelio del día de hoy, nos dice que el principio básico del Reino es el servicio a los demás. Las apetencias, por tanto, deben estar determinadas por la responsabilidad , la capacidad de sacrificio y de servicio al prójimo, por el deseo de querer “correr la misma suerte” que el Maestro. El discípulo debe marchar por el camino del Maestro, el cual no vino a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos.
En el Evangelio se nos hablaba de la mamá y de los hijos de Zebedeo, los cuales eran seguidores de Jesús y que, en un momento la madre decide proponer ubicarlos en un buen lugar, no vaya a ser que hayan perdido su tiempo siguiendo a ese “tal Jesús”, es así que la madre pide al Maestro que sus hijos estén, uno a la derecha y el otro a la izquierda de Jesús en su Reino. Ante esta propuesta de la “buena madre”, Jesús responde diciendo que eso no depende de él y, recomienda saber que en la lógica del Reino “el que quiera ser grande, ha de hacerse servidor de los otros”. El evangelista Mateo dirige este discurso a los miembros más influyentes de su iglesia, aquellos que hacen valer más su dignidad que su identificación con Cristo, el servidor.
Este servicio guarda una lógica distinta a la que estamos acostumbrados. Nosotros acostumbramos asumir que aquel al cual servimos es más importante, en cambio, en la lectura se nos dice que aquel que sirve más, que está más disponible es el que está más cerca de los valores del Reino.
La pregunta normal que nos hacemos es cómo yo puedo entrar en esa dinámica de servicio, ello se logrará actuando como Jesús, por ello se afirmará: “como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir. Si deseamos generar un servicio de excelencia, que no pierda su sabor cristiano, su fundamento evangélico. Desde aquí nos lanzamos la pregunta. ¿Qué tipo de profesional es el que es útil? ¿Qué tipo de profesional es el que quiere formar la Universidad? Sin ninguna duda, el que promueve y forma su capacidad de servicio. Un profesional que no sólo se adapta al mundo tal como es, sino que “aspira” (palabra que alude al espíritu) a transformarlo, haciéndolo más humano y, por lo tanto, más de Dios.
Será desde un espíritu de fe que podemos transformar este mundo en búsqueda de solidaridad y reconciliación.
Viernes 26 de febrero 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario